¿Cómo viven la separación nuestros hijos?


El número de separaciones en nuestro país ha aumentado exponenciamente a lo largo de los últimos años. Ello supone que algunas famílias han sufrido cambios en su estructura básica con la pérdida de alguna de sus figuras y la incorporación de otras. Por este motivo, son muchos los niños afectados por esta situación. Esta situación ha dejado de ser excepcional para pasar a ser algo habitual.
Además del shock emocional para los padres que supone una ruptura sentimental, éstos cargan con el miedo de cómo toda esa situación repercutirá en sus hijos. Las consecuencias que sufre el hijo de padres separados estará más relacionado con las desaveniencias familiares previas y asociadas a la separación y con el papel que hacen jugar al niño en la separación más que con la propia separación. Esto, junto con la edad y la madurez del propio niño, propiciarán la forma en la que el niño vivirá esta experiencia y cómo influirá en su desarrollo.




La ruptura de lazos afectivos es siempre doloroso y se vive con cierta angustia por parte de la pareja que ha compartido parte de su vida y que ahora ve roto el proyecto común. Pese a ello, las principales víctimas de todo proceso de ruptura son los hijos, en especial, los más pequeños. 

A continuación, explicaré de que forma puede influir la separación parental en los hijos y también las diferentes circunstancias o factores que influyen en una mejor o peor adaptación emocional del proceso.

Hasta hace relativamente poco tiempo solo conocíamos la familia tradicional que se constituía en torno al matrimonio de un hombre y una mujer que debían permanecer casados hasta la muerte de uno de ellos. Su función fundamental era la de tener hijos, cuidarlos y educarlos. Dentro de la familia, el padre asumía el papel de cabeza del grupo y se le concedía mayor autoridad de forma más o menos explícita. Los hijos, en todo caso, debían obedecer a los padres, al menos hasta la mayoría de edad o hasta el matrimonio de los hijos. Este tipo de familia no se ha perdido, pero si es cierto que ha pasado de ser el único tipo de familia a compartir ese protagonismo con otros sistemas familiares. La familia se ha convertido en una de las instituciones sociales que más ha cambiado tanto desde el punto de vista legislativo como en el social. 
En la actualidad,  el núcleo de la familia ya no tiene que ser necesariamente heterosexual. Puede haber también parejas de hecho con hijos, madres o padres solteros con hijos o nuevas familias surgidas de divorcios previos que comparten hijos de otras parejas anteriores. 


Esta capacidad para vincularse y desvincularse afectivamente puede considerarse un logro para las personas adultas que ejercen sus derechos individualmente. Igualmente una separación o divorcio puede suponer evitar que algunos hijos sigan sufriendo las consecuencias de un entorno excesivamente conflictivo. Sin embargo, para los hijos puede suponer un desaire, pueden sentirse desorientados, ansiosos, ser objeto de manipulaciones y, en definitiva, ser también víctimas cuando se produce la separación parental. La ganancia de los derechos individuales de los adultos no siempre va asociada a beneficios psicológicos para nuestros hijos. Todo ello configura una perspectiva variable y compleja que puede afectar a los hijos de diferentes formas.

Paralelamente a los cambios de vinculación en las relaciones de los adultos, los padres han ido incorporando cierta simetría en la educación de sus hijos y en aplicar la disciplina. Ha ido creciendo cierta idealización de los estilos democráticos, como ya se ha hecho mención en otros temas anteriores. Este estilo, basado en el saber escuchar y ser equitativo en la toma de decisiones, con frecuencia se ha mal interpretado, pues supone que los adultos están en la misma jerarquía que los hijos y ha supuesto en la práctica un fracaso. Los hijos tienen que ejercer de hijos, y para ello los padres, escucharlos, pero sin dejar de ejercer de padres y mostrar su autoridad como educadores.

Uno de los puntos clave que se trabaja con los padres es la creencia de que hay que ser amigos de los hijos. Esto es totalmente erróneo. Creemos que los padres deben saber escuchar, proporcionar afecto incondicional y por supuesto orientarles en su toma de decisiones en especial durante la adolescencia. Sin embargo, no somos sus amigos en el sentido literal. Este papel deben desempeñarlo sus iguales o compañeros. Si creemos que, ante todo, somos sus amigos, significa privarles de algo más valioso: ser sus padres. Otro error habitual es creer que nunca debemos imponer las cosas, que siempre debemos negociar. Esto puede ser deseable hasta cierto punto pero teniendo en cuenta que no es incompatible el hablar las cosas, con la exigencia del cumplimiento de las normas y respeto a los límites marcados en el propio sistema familiar. 


Con frecuencia un exceso de buena voluntad y exceso de "amiguismo" por parte de los padres acaba en fracaso y los jóvenes acaban rompiendo un sistema que perciben confuso o en el que intenta hacer prevalecer sus derechos y exigencias por encima de las de sus padres. Todo ello se hace más evidente en las situaciones de separación o divorcio de los padres y es aquí donde deberemos poner especial atención.
Otro punto clave en este proceso es el trabajo, o mejor dicho, el tiempo que dedicamos a este. En la sociedad actual asistimos a un generalizado deseo de triunfar profesionalmente y asegurar unas ganancias para poder establecer y mantener un adecuado nivel de vida. El problema es que con cierta frecuencia ello se hace a costa de dedicarle excesivo tiempo y por tanto, no poder atender de forma eficaz a los hijos. Podemos delegar en muchas personas competentes cierta parte de la educación de nuestros hijos, pero no hay substitutos de la función de padres para crear una vinculación afectiva adecuada con ellos y evitarnos problemas futuros. 

Criar y cuidar a los hijos no significa sólo proveerles de las materias primarias vitales (comida, techo, etc.) sino proporcionarles una seguridad emocional y afectiva para que crezcan sanos psicológicamente y se conviertan en personas seguras, con una buena autoestima y capaces de crecer en su entorno educativo y social eficazmente.

Como padres debemos ser capaces de buscar dedicación y tiempo de calidad con los hijos desde la infancia. Debemos encontrar un equilibrio entre el cuidado de los hijos y el trabajo, pues ambas son necesidades,  especialmente cuando se ha producido la separación y nuestros hijos necesitarán un apoyo emocional extra.
Con respecto al modo en que afecta una separación a un hijo no resulta facil explicar unas causas fijas o determinantes, ni elementos que aseguren una buena aceptación. Hay demasiadas variables que pueden determinar la forma con que cada niño expresa su malestar ante la ruptura de sus padres. Algunos padres pueden pensar que es lo mejor para sus hijos dado que el ambiente en casa era muy malo. Otros afirmarán imprudentemente que a sus hijos no parece haberles afectado dado que no suelen hablar del tema. Sea como fuere, la realidad es que siempre hay consecuencias, sea en el presente o en el futuro.


Uno de los factores más importantes es la edad que tiene el niño cuando  se produce la separación. Algunos estudios avalan la hipótesis de que cuanto más pequeños son los niños, más importantes son las consecuencias (a partir de los 2 años aproximadamente).

Cantón y otros, 2.007, parecen demostrar que la separación o divorcio de los padres tienen efectos negativos importantes en los hijos que lo sufren. A continuación exponemos algunas de las reacciones habituales, si bien, su aparición, gravedad o frecuencia, dependerá de la edad del niño, su temperamento y otras circunstancias de su entorno.

Entre los 2 y los 6 años


En los más pequeños son habituales conductas regresivas como volverse a hacer pipí en la cama, chuparse el dedo, infantilismo, querer dormir con los padres, miedos, ansiedad, etc. También rabietas, necesidad de llamar la atención constantemente, ansiedad de separación (al dejarlo en la escuela u otros). Vinculación excesiva normalmente con la madre que se ve desbordada y no entiende lo que pasa. En ocasiones, el niño, pasa de la agresividad o al menosprecio a la búsqueda de un afecto incondicional (abrazos, besos, promesas de que se portará bien, etc.).

  • Alteraciones en el patrón de las comidas y el sueño.
  • Quejas somáticas: dolor de cabeza, estomago, etc. no justificadas.
  • Negarse a ir a casa de uno de los progenitores.
  • Apatía, introversión, mutismo (no hablar) ante nuevas personas. 
  • Dificultades para relacionarse o jugar.

Entre los 7 y los 12 años.
En esta franja de edad, los niños ya disponen de mayores recursos verbales lo que en cierto modo les ayuda a exteriorizar sus sentimientos. Pueden seguir presentes los diferentes síntomas antes expuestos en uno u otro grado. No obstante, hay que añadir, según las características del niño las siguientes:


  • Comportamientos y conductas de recriminación a los padres con la esperanza de intentar unirlos de nuevo si siguen sin aceptar la realidad.
  • Conductas manipulativas, de menosprecio o rencor a alguna de las figuras paternas paralelamente a la idealización de la otra (asimetría emocional).Esto puede agravarse según las actitudes que tomen los adultos que rodean al niño.
  • Sentimientos de culpa, conductas de riesgo, baja autoestima, dificultades en las relaciones con sus iguales, baja tolerancia a la frustración, agresividad.
  • Pueden aumentar la hiperactividad e impulsividad.
  • Deterioro en el rendimiento escolar. Niños que habitualmente eran buenos estudiantes empiezan a tener dificultades.
Adolescencia.

Es una época complicada para los jóvenes y en la que se suelen maximizar los diferentes problemas que se arrastran o producen. Durante esta etapa, los jóvenes que afrontan la separación de los padres pueden incrementar sus conductas de riesgo (alcohol, sustancias, drogas). 

  • En niñas parece que puede producirse, en algunos casos, precocidad o promiscuidad en las relaciones sexuales además de otras conductas de riesgo. Se puede producir por la necesidad de vincularse afectivamente a una pareja, pero por su poca edad, suelen presentar poca capacidad para mantener una relación estable y equilibrada , por lo que en ocasiones suele ser más contraproducente que beneficiosa . 
  • Dificultades en las relaciones con los iguales. Predominio de la impulsividad y poca capacidad para la resolución de conflictos de forma dialogante. 
  • Baja autoestima, agresividad, baja tolerancia a la frustración. En los casos más severos puede derivar a un trastorno disocial.

Como se ha mencionado anteriormente, resulta muy complicado plantear unas orientaciones generales que nos sirvan para todas las situaciones, para todas las familias, para todos los procesos de separación. Cada caso requerirá la aplicación de unas u otras estrategias en función de todas las variables existentes. En muchas ocasiones, deberá ser el profesional de la psicología el que sirva de punto de referencia para mediar en todo el proceso. A partir de aquí veremos algunos de los puntos básicos que deberemos tener en cuenta para minimizar los riesgos en el sufrimiento de nuestros hijos y el propio cuando se produce la separación.

Toda separación supone un proceso de duelo, de readaptación a nuevas circunstancias vitales. No obstante, los más pequeños son las víctimas más propicias. A la poca comprensión de lo que sucede se les une, en muchas ocasiones, las constantes batallas legales por la custodia de los hijos con cambios constantes de domicilio (según régimen de visitas) y en los que el niño se convierte en una especie de paquete que viaja de un lado a otro. Es el escenario perfecto para menoscabar su seguridad emocional y que empiecen a aflorar todos los síntomas de una vinculación insegura.


Es básico que independientemente de las diferencias que como adultos tengan, los padres sepan ofrecer al niño un marco único, un mensaje claro de que siguen siendo lo más importante para ellos. Que aunque no vivan juntos, estarán unidos en sus necesidades y proyectos y que incondicionalmente estarán a su disposición. 

En niños de 2 a 5 años es fundamental, tras la separación, que en la medida de lo posible, se intente producir los menos cambios posibles (visitas, escuela, casa, etc.) al menos de entrada. Los pequeños necesitan reforzar su vinculación con la principal figura de referencia (normalmente la madre) tras la separación y la partida de uno de los progenitores. Ello es debido a la necesidad de compensar una situación que no comprenden pero que la viven con angustia (en especial si han presenciado discusiones acaloradas, insultos o malos tratos). 

Ambas figuras paternas son importantes para el niño. La madre, pero, es la principal figura de vinculación, especialmente hasta los 5 o 6 años. Por tanto, es muy arriesgada, una separación maternal traumática (aunque sea temporal) y sólo debería contemplarse en casos extremos de evidente incompetencia o enfermedad física o mental de la madre.

Es fundamental que los padres sepan desvincular sus problemas como adultos (procesos judiciales, régimen de custodia, etc.) de las necesidades de sus hijos ante una separación. Es decir, independientemente de nuestras diferencias personales, hemos de ser capaces de consensuar un proyecto educativo común. Los niños deben percibir complicidad y compromiso incondicional de sus progenitores hacia ellos aunque ya no vivan juntos.

No utilizar al niño como mensajero o espía de lo que sucede en casa del otro progenitor.

Una de las peores situaciones que se puede producir es que uno de los padres intente manipular al hijo en contra del otro (hablarle mal, culpabilizar a la otra parte, crear incertidumbres, etc.). También que alguno de ellos (quizás con mayor poder adquisitivo) le colme de regalos o juguetes para ganar su afecto. El afecto de los hijos sólo se gana dedicándoles tiempo, comprensión y afecto incondicional, nunca con bienes materiales exclusivamente.

Evidentemente deberemos evitar cualquier discusión delante de ellos y crear más angustia. No obstante, desde el mismo momento de la separación deberemos hablar con nuestros hijos y enfatizar especialmente aquello que nos une más que lo que nos separa. Explicar (adecuándolo a su edad) la decisión tomada y que, en todo caso, ellos van a seguir disponiendo incondicionalmente de sus padres. Que es mucho lo que les une y seguirá uniendo. Evitar excesivos detalles de las causas de la misma. Procurar también que los hijos no se sientan en una u otra medida culpables de la situación.

Recordemos que la separación en los hijos, especialmente en los más pequeños, produce una pérdida de los referentes principales que los mantienen seguros delante el mundo exterior. Su forma de reaccionar, según edad, puede pasar de un incremento de miedos, inseguridad y baja autoestima a manifestaciones de tipo conductual (rabietas desobediencia, etc.). La forma, pues, de combatirlo es precisamente reforzando la vinculación afectiva. Una forma de hacerlo es mantener unos espacios comunes en los momentos de transición de un hogar al otro. Por ejemplo, es habitual que la madre deje al niño por la mañana en la escuela y por la tarde lo recoge el padre. En la medida de lo posible se aconseja que durante la transición de hogar ambos padres dediquen un espacio común (aunque sea corto) para intercambiar información del niño y transmitir la sensación de complicidad e interés por su futuro. Esto puede hacerse mediante una breve merienda o encuentro en algún parque.

Otro de los problemas que suelen surgir es el papel de las nuevas parejas de los respectivos padres. Estas figuras pueden establecer también vínculos afectivos con los hijos de sus parejas pero también ser una fuente de problemas si cuestionan algunos de los principios educativos establecidos por los padres. En todo caso no podemos imponer la aceptación de nuestra nueva pareja a los hijos y forzar un nuevo padre o madre. No obstante, la vinculación afectiva hacia unos u otros dependerá de los recursos que cada uno dediquen al niño y así lo perciba.

La separación produce al igual que otras pérdidas en la vida un proceso de duelo. El período de duración dependerá de cómo se ha afrontado por parte de los diferentes agentes y de la edad del niño. Normalmente antes de un año los niños suelen haberse adaptado a su nueva situación y no deberían presentar problemas significativos al respecto.

Es importante que sepamos que el niño ha recibido los siguientes mensajes y que los comprende:

La decisión de separarse es exclusivamente de los padres. Ellos han tomado esta decisión porque creen que es lo mejor para todos los componentes de la familia. Los hijos no han tenido nada que ver en esta decisión.

Los padres no se han separado porque el niño se haya portado mal, pues otras veces lo ha hecho y no ha ocurrido así.

Resaltar al niño cuántas personas se preocupan por é l(abuelos, amigos, profesores,...) y desean que sea feliz. Por tanto, ha de borrar ese miedo que siente a ser abandonado, a quedarse sólo. Cuenta con el cariño de más personas.

Seguirá disponiendo de ambos padres, en todos los aspectos que él precise, aunque ya no vivan juntos.

Siempre que le preocupe algo o se sienta mal, podrá hablar con los padres; ello le hará sentirse mejor.

Aunque los padres se hayan separado, el niño puede igualmente amar y ser amado; no tiene por qué repetirse esa situación siempre.

Los padres demuestran su amor de muy diversas maneras. Pero puedes sentir que tus padres te siguen queriendo si intentan estar contigo todo el tiempo que pueden, si te ayudan cuando lo necesitas y si te escuchan.



Además, los padres deben tener presente:

- No caer en la sobreprotección del hijo por pena; se le ha de seguir tratando como a un niño "normal" de su edad. Si no "no le ayudaremos a crecer", acabará comportándose de forma inmadura y más infantil de lo que le corresponde.

- Todas las personas tienen virtudes y defectos; también los padres. Hablar con el niño del otro progenitor con argumentos reales, sin caer en la ficción.

- Es preferible que, los días de encuentro, no se llenen excesivamente con actividades, pues si se ocupa el tiempo en hacer demasiadas cosas, no hay tiempo para charlar, comunicarse,...

- Los puntos más conflictivos de los padres tras la separación suelen ser: los hijos, el dinero y las nuevas relaciones. Intente ser objetivo y no intentar poner al hijo de su parte. Hay que intentar solucionar estas cuestiones, sin involucrar a los hijos.

- Es preferible para los niños, que vuelva a constituirse una familia compuesta por hombre y mujer, aunque uno de ellos no sea el verdadero progenitor; ello reparará los vínculos dañados, aunque requerirá tiempo la aceptación de esa nueva situación por parte de todos.


Como vemos, se trata de un proceso complicado y doloroso, pero tenemos la oportunidad de atenuarlo y de sanarlo de la mejor forma. Acudir a un psicólogo no es sinónimo de fracaso, sino de fortaleza, pues es un intento activo por mejorar y reconocer que necesitamos que nos muestren otra óptica para seguir adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Coméntanos qué te ha parecido!

Visitas