No pierdas tu esencia

Me gustaría compartir con vosotros esta historia que por desgracia suele ocurrir con mucha frecuencia en nuestras escuelas. En ocasiones educar se convierte en hacer lo que se espera de nosotros en cualquier entorno, ámbito, o momento; pero llevarlo al extremo a veces podemos ejercer una fuerza que hace desaparecer nuestra creatividad, originalidad y entusiasmo por lo que hacemos. En nuestro día a día, a veces nos vemos aletargados por una sensación de rutina que nos hace sentir insatisfechos con nuestra vida. ¿Dónde quedaron nuestros sueños? ¿Dónde nuestra particular forma de ver el mundo? Os dejo con esta historia de Helen Buckley.

“Una vez un niño fue a la escuela. Era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño niño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz. 


Una mañana, estando el pequeño niño en la escuela, su maestra dijo: 
- Hoy vamos a hacer un dibujo. 
- ¡Qué bien!- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar. 

Pero la maestra dijo: 
- Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora -dijo la maestra- vamos a dibujar flores
Qué bien! - pensó el niño, -me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores. 

Pero la maestra dijo:
- Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. 

El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.



Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: 
- ¡Hoy vamos a hacer algo con barro! 
- ¡Qué bien! -pensó el niño- me gusta mucho el barro
Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.


Pero la maestra dijo: 
- Esperen, no es hora de comenzar -y luego esperó a que todos estuvieran preparados.- Ahora, -dijo la maestra- vamos a moldear un plato. 
- ¡Qué divertido! -pensó el niño- A mí me gusta mucho hacer platos. Y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños. 
Pero la maestra dijo: 
- ¡Esperen! yo les enseñaré cómo -y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato.- Aquí tienen, -dijo la maestra-, ahora pueden comenzar. 

El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas. 

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer. Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: 
-¿No quieres empezar tu dibujo? 
- Sí, -dijo el pequeño- ¿qué vamos a hacer? 
- No sé hasta que tú no lo hagas, -dijo la maestra. 
- ¿Y cómo lo hago? -preguntó. 
- Como tú quieras -contestó. 
- ¿Y de cualquier color? 
- De cualquier color -dijo la maestra. 
- Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? 
- Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde".


Conservar el estilo propio, tus propias ideas y tu originalidad son una de las cosas más complicadas a día de hoy. Creemos que por seguir un canon, una norma, todos seremos más civilizados, y eso es cierto, pero si eso lo extrapolamos a todos los ámbitos de nuestra realidad, podemos perder esa esencia que nos hace únicos e irrepetibles

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