¿TDAH o Inquieto?

A veces decimos a la ligera al ver a un niño bastante movido que es hiperactivo. Digo a la ligera, porque para ponerle esa etiqueta al comportamiento del niño debe estar diagnosticado. Es cierto que la población de niños con Trastorno por Déficit de Atención y/o Hiperactividad (TDAH) a aumentado en las ultimas décadas,  quizas, porque existen más herramientas y profesionales cualificados para su correcto diagnostico. Lo cierto es que la causa originaria no se sabe con certeza. Existen varias corrientes que de investigación que están estudiando la causa, el origen de este Trastorno, pero los resultados no son determinantes.


¿Qué diferencia podemos encontrar entre un niño inquieto y un niño TDAH? A primera vista, podrían ser las dos calificaciones, pero es importante resaltar que el TDAH es un trastorno neurológico, es decir, es orgánico, cerebral y por tanto, no es conductual, no es dado por una mala contingencia de reforzadores, aunque sea a través de la conducta como se manifieste de forma más extensa. Por ello, además de poder presentar una conducta motora aleterada por el exceso, también va a presentar problemas de planificación, concentración, memorización y autocontrol.
Un niño que sea inquieto por su temperamento o por su nivel de activación  que es alto, no es sinónimo de TDAH. Un niño que presente TDAH va a tener peor ajuste en su desarrollo social, familiar y personal que un niño inquieto. 
Existe en la actualidad tres clasificaciones para el Trastorno Hiperactivo que son:
  • Trastorno con Déficit de Hiperactividad: El déficit afecta sólo a un exceso de actividad motora, lo que impide, en muchas ocasiones, que el niño esté sentado o quieto durante determinado tiempo, y por tanto  pueda obedecer las exigencias de los adultos y del entorno. Esto, además promueve la impulsividad con la que se caracterizan estos niños
  • Trastorno con Déficit de Atención: El déficit sólo afecta a la capacidad atencional del niño, por lo que hace muy complicado, sobretodo en el ambito académico, que el niño focalice su atención en una tarea a lo largo de esta. El problema sería mantener esa atención durante un tiempo, más que captarla.
  • Trastorno con Déficit de Atención con Hiperactividad: se trata de la combinación de los dos anteriores, lo que predice un peor pronostico del trastorno.
La impulsividad es un rasgo del temperamento en niños, y de personalidad en adultos, que ha estado siempre presente a lo largo de la evolución del ser humano, y por esta permanencia, podemos decir que no es algo negativo e improductivo. Sin embargo, con frecuencia la impulsividad en muchos niños se manifiesta con una intensidad y una frecuencia incombustible, que altera la convivencia y la satisfacción de los padres y el entorno familiar que lo sufre. Además, la impulsividad parece manifestarse en niños cada vez más pequeños; esto puede atribuirse, en parte, a los actuales estilos de vida laboral (ambos padres con largas jornadas de trabajo) y también, en algunos casos, a una falta de recursos o conocimientos por parte de los padres o educadores que simplemente se ven desbordados y no saben como afrontar este estilo de respuesta. Por ello, es cada vez más frecuente, buscar ayuda profesional.

La impulsividad viene normalmente de la mano de la  hiperactividad y déficit de atención (TDAH) siendo esto una brecha para que, como he mencionado anteriormente, muchas personas crean tener un hijo TDAH sin estar diagnosticado. Es cierto que hay signos que nos pueden ayudar, de alguna forma a saber si nuestro hijo es TDAH o no. Obviamente, este criterio no es contundente ni fiable por si solo, pero si es un factor que no da una señal para saber si nuestro hijo necesita una evaluación psicológica y descartar la posibilidad del trastorno. El criterio es si este comportamiento se da en todas las situaciones, estando solo o acompañado, en el colegio, en casa o en casa de los abuelos. Es necesario saber si el comportamiento disruptivo es situacional o general a cualquier situación en la que el niño se encuentre. 


Algunos otros signos de impulsividad se reflejan en:
  • En niños pequeños se dan fuertes rabietas incontroladas
  • Primero actúa, luego piensa
  • Contesta antes de acabar de oír la pregunta
  • Dificultades para aguardar el turno en los juegos
  • Tiene mal perder. No soporta que le ganen
  • Interrumpir o estorbar a los demás
  • Baja tolerancia a la frustración
  • Poco autocontrol
  • Desobediencia, negativismo
  • El niño reconoce su problema pero no puede controlarlo y vuelve a fallar
  • Puede involucrarse en actividades físicas peligrosas sin valorar sus consecuencias
La impulsividad, actualmente, se detecta y diagnostica como parte nuclear del TDAH. De cualquier manera, perteneciente o no a este Trastorno, la impulsividad es un rasgo que precisa de un tratamiento más detallado y un abordaje más explícito. Las razones son obvias. La impulsividad tiene repercusiones directas sobre las interacciones familiares, pudiendo alterar el desarrollo adecuado de vinculación afectiva y el equilibrio emocional. También deteriora seriamente la capacidad de aprendizaje del niño y su buena adaptación a la escuela y compañeros. 
Finalmente una impulsividad no trabajada a tiempo y que se manifiesta en un entorno desestructurado, es el camino más directo para conductas violentas o delictivas en el futuro.

La impulsividad, pues, entendida como estado de activación inmediato, nos aporta combustible para responder de forma rápida (aunque normalmente poco racional) a nivel motriz. Esto no es casual. Si está en los genes de los seres humanos es porque en algún momento de nuestro período evolutivo fue una característica positiva para la supervivencia de la especie. La impulsividad pudo obedecer a factores de supervivencia en algún momento. No obstante, la genética no va tan rápido como los cambios culturales de la especie. La programación genética de algunos niños sigue preparada para responder contundentemente a cualquier tipo de agresión percibida, no obstante, hoy en día, lo que se espera de ellos es precisamente lo contrario: racionalidad, tranquilidad, paciencia, atención, etc, especialmente en la escuela.

Por esta razón no podemos considerar una rasgo de impulsividad como algo no deseable y que, en todo caso, genera sólo problemas; nada más lejos, pues hoy en día sabemos que muchos de nuestros mejores atletas fueron de pequeños diagnosticados, en un grado u otro, de Hiperactivos, con Déficit de Atención, Impulsivos, etc. La cuestión es que cuando esa energía desbordante de fácil activación fue canalizada hacia actividades deportivas u de otro tipo reguladas, se convirtió en un buen aliado.

Desde la terapia, no se pretende eliminar esa impulsividad, sino canalizarla hacia fines más productivos, intentando que el niño autogestione su energia y pueda controlar sus impulsos.

Durante la Terapia:

Es de vital importancia que entendamos que un niño impulsivo (sea o no TDAH) no es que no quieran parar, sino que no saben cómo hacerlo o no pueden. En momentos de rabietas, a veces no gestionamos la situación de una forma correcta, y al igual que ellos, nos sentimos desbordados e incluso, incompetentes. Pero es importante decir que la mayoría de niños impulsivos suelen luego arrepentirse y prometer que no volverá a ocurrir. No obstante, vuelven a recaer en los mismos comportamientos disruptivos al tiempo que manifiestan una cierta perplejidad o inquietud al verse superados por sus propios actos y no saber por qué vuelve a ocurrir. Además puede ocurrir que en estas situaciones, lo padres, por evitar estas situaciones no permitan que coja una rabieta dandole lo que quiere apenas lo piden, por lo que pueden aprender a manipularnos. Por tanto, tanto los padres como los niños tiene que aprender que sus comportamientos van a tener consecuencias, y que por ello es importante poder controlarse.

Una actitud de calma es la que tenemos que mantener durante un episodio de impulsividad extrema (rabieta, insultos, etc). Nunca es aconsejable intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos momentos. Esto complicaría las cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y tranquilos pero, a la vez firmes y decididos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias entre los padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las rabietas se incrementarán. Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando, llorando o fuera de control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo que no de voces.

No entrar en más discusiones o razonamientos en el momento en el que el niño nos busca para "revivir la batalla".

Nunca decirle que es malo sino que se ha portado mal durante unos momentos y que eso puede arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo con otros niños que son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle primero los aspectos positivos que probablemente tiene al mismo tiempo que le señalamos los que debe corregir.

Recordar que necesitan ayuda y que nosotros somos lo que podemos ayudarles. 

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